Se hace otra vez público y notorio en el nuevo Informe Pisa lo que
pública y notoriamente vengo observando y manifestando en mi quehacer
profesional desde hace años. Algunos piensan que suspender a tantos es un hábito malsano de quien suscribe, pero
habría que preguntarse seriamente sobre el nivel real del alumnado que está en
las aulas y sobre el papel de ciertos profesores que bajan el nivel de
exigencia hasta límites inverosímiles.
Y llegados a este punto, me hago tres preguntas: ¿Para qué
sirven los contenidos mínimos estipulados en cada nivel? ¿En qué recoveco
personal o administrativo docente se parapeta esta permisividad hacia el
estudiante? ¿Qué comodidad egoísta transita en la conciencia de ciertos
docentes para pasar un testigo envenenado a los compañeros del nivel superior?
Dicho esto, y visto que nuestro sistema educativo permite e
incentiva tales comportamientos, lo normal es que se produzca esa desigualdad
de notas a nivel europeo. Así que no hay que llevarse las manos a la cabeza. Seguramente
es que en otros países se ponen las pilas y exigen a sus alumnos un compromiso
hacia el estudio y el conocimiento que aquí, en España, no se ha sabido
entender y se ha transformado en manidas competencias.
Dicho de otro modo, y tomando mi asignatura como ejemplo, “que
un alumno no sepa lo que es un verbo o
escriba vervo no es importante, ya que lo importante es que comprenda y desarrolle mensajes
básicos”. Y así, cuando se pregunte por el susodicho verbo, el cual es núcleo de millones de oraciones de nuestro
idioma, el discente sólo tendrá que repetir la verborrea de una definición
aprendida de memoria y no hará puñetera falta que razone sobre el mismo ni lo
escriba bien ni sepa analizarlo en un contexto lingüístico determinado. Y si se
da el caso de que el infausto alumno tropieza en su devenir escolar con un hueso como un servidor, siempre le quedará la
posibilidad última de la ‘Promoción Automática’ para poder pasar al curso
siguiente. Total, ¿para qué sirve un verbo,
se escriba con b o con v?
Sin embargo, como en tantas otras leyes educativas, hecha la LOMCE hecha la trampa. Y lo importante no será la verdad vergonzante del informe PISA, sino la sutil apariencia del 'Informe MEC', que flaco favor le hace a la marca España. Al final, como siempre, ya se ocuparán los tecnócratas pedagógicos, sabiamente asesorados por los políticos de turno, de buscar y encontrar remedios como las competencias o remedos como la promoción automática para subir las estadísticas educativas en el País de la piel de toro.
Al fin y al cabo, no nos equivoquemos, esta sigue siendo la crónica nacional de siempre. Sólo hay que recordar lo que ya dijo en su día el profesor Machado: “En España, de cada diez cabezas, una piensa y nueve embisten”.
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